De Emmanuel Carrère
Hace ya tiempo que Rodrigo, cuando vino a casa por Navidad (el almendro) se dio una vuelta por la Librería Adserá y me compró y me regaló El Reino (Premio Le Monde) de Emmanuel Carrère. No sé por qué ese libro. Tal vez porque su mujer es francesa y tal vez, quieras que no, por cierta afinidad o atracción por lo francés. Y de las circunstancias ya basta.
Leí El Reino. Me gustó. No me gustó. Me desconcertó. Lo encontré muy francés. Muy filosófico. Muy de pensamientos ¿profundos? Para que el lector le dé vueltas a lo que lee. Muy narcisista. Muy aquí estoy yo. Muy de tema trascendente porque los temas vulgares hay que dejarlos para escritores de otras latitudes y otros países menos refinados y con menos tradición y cultivo de la literatura. No sé. Lee uno El Reino (516 páginas) y después de leído sabe uno que ha estado leyendo un libro sobre la fe y los orígenes del cristianismo, o eso le parece, o eso cree. Pero no está uno seguro de lo que dice el autor qué es la fe y si el cristianismo es bueno, malo o regular; o del depósito de la historia, o de la materia para la permanente investigación histórica, o de la alacena; o si es una superchería, o si una vía para la dignificación del hombre, o si un camino de salvación, o si una tabla a la que se agarraron algunos medio idealistas o medio iluminados. Y no sabe uno por qué triunfó, pero sí sabe uno que fue perseguido por unos pocos poderosos (gobernantes) de los que uno tiene cada vez más la sensación de que son unos metomentodo, de que persiguen con saña al que se les atraviesa, de que no se ocupan del gobierno. Y no sabe uno. Y sabe uno que se ha vertido mucha tinta sobre el cristianismo, sobre la historia del cristianismo, sobre los primeros apóstoles. Y duda uno de lo que se ha dicho, de si es verdad o es un conjunto de conjeturas. Y no sabe uno si la historia, si esta historia es un engañabobos o un faro que arroja luz sobre hechos y acontecimientos y si esta luz puede servir (debería) para aprender lo que se desprende de la historia (o que debería), es decir, que la historia tiene sentido cuando es “magistra vitae” y lo otro es un cuento, un embeleco. Y se percata uno de que lee páginas y páginas y tras haberlas leído e inmediatamente después de que las ha leído olvida uno lo que dicen, pierde uno el hilo y no sabe uno si está perdiendo el tiempo en leer algo de lo que una vez leído no le queda a uno nada o si está ante una obra genial, distinta; algo digno de poner en la mesita de noche para leer por los días que le resten a uno (y antes de dormirse) unas páginas al azar. Tal es el libro. Pero los lectores de este blog para el perfeccionamiento del español deberían tenerlo en cuenta y leer, por lo menos el Prólogo y el Epílogo, o tal vez solo el Prólogo y el Epílogo. Unas 40 páginas. Estas cuarenta páginas son buenas, o a mí me lo parece. Son un compendio de las 516 que tiene el libro. Son el alimento, el comprimido, la pastilla para el viaje interplanetario si uno no quiere o no puede llevar un gran volumen de alimentos. Y a leer porque aunque aquí no hay ¡alfombra roja! la lectura despierta más que eso otro la inteligencia, o eso creo.
José María Fernández