Novela de Luis Landero
Ya hace unas semanas que terminé de leer El balcón en invierno de Luis Landero y me encantó. Y disfruté. Y con esto debería terminar mi noticia sobre la novela porque cada lector va a encontrar hallazgos distintos, pero como la gente quiere saber más y que le digan si es buena por lo que cuenta, por cómo lo cuenta, por el léxico que utiliza, por los personajes, por el mundo narrado y por no sé cuántas cosas más, voy a decir de qué trata y a robarle unos cuantos párrafos a Landero y en paz.
La novela (El balcón en invierno), dice él, es un “artefacto creativo” que se nutre de los recuerdos de la vida real (de su vida real), de los que acuden a su memoria, de las palabras y las personas que frecuentó y la noticia de cómo se han perdido y de cómo él ya no es la misma persona que era. Nostalgia e historia de sus cosas, de las cosas que nadie cuenta.
Consta de 18 capítulos, cada uno con su título y con una fecha en la que se indica en qué tiempo sitúa lo narrado en el capítulo. El tiempo de lo narrado va desde 1925 hasta marzo de 2014.
“Yo no sé de dónde ha sacado esta gente, esta generación infortunada, su temple y su entereza. Una generación, casi dos, que sufrieron la guerra y la posguerra, que vieron truncados sus proyectos de vida en plena juventud, que trabajaron como mulas y lo sacrificaron todo para que sus hijos corrieran mejor suerte que ellos… Fueron vidas oscuras, anónimas, de las que ya casi nadie quiere acordarse, aunque fuese al menos para agradecerles los servicios prestados.”
“Tú creías que vivías en el centro del mundo… Las cosas entonces se escribían todas con mayúsculas: El Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Conductor de automóviles, el Escribiente, el Cura… (Todo lo del su pueblo era lo mejor) y hasta el tonto que era sin duda el mejor tonto que pudiera existir. Quizá por eso tú comprendes bien el sentido infantil de ciertos nacionalismos, capaces de sublimar su aldea hasta convertirla también en el centro del mundo, y sus cosas en excluyentes y absolutas.” De ahí, digo yo, el infantilismo, el provincianismo y el cerrilismo, por principio, de los nacionalismos. De ahí, digo yo, que hay que temerlos, porque no son racionales ni resisten al menor raciocinio.
Se pregunta Landero por los encantos de las mujeres de su familia y dice: “Los suyos fueron encantos laborales, acaso nunca recreativos. Encantos para comer, parir, amamantar y perpetuar la especie, con sólo el interludio festivo del que dan testimonio las pocas fotos que quedan de entonces: pánfilas, medio asustadas, con vestidos oscuros cerrados desde el cuello hasta los tobillos por una apretada fila de botoncitos negros (…), sin atreverse a ser guapas y alegres.” De aquí, digo yo, de este cuadro, se pueden sacar conclusiones de esas que llaman sociales.
“Comíamos casi a diario garbanzos con repollo, tocino y morcilla, gazpacho, migas, y a veces bacalao con arroz, con patatas, con tomate, frijones, sopa de fideos con hormigas, sopa de tomate, sopa sorda de poleo, sopa de trapos, guisos de caza, ancas de rana, pan con aceitunas, pan con tomate, pan con quesadilla de cabra (…), chorizo de oveja modorra (…), perrunillas, bolluelas, rosquillas, dulces recios y nutritivos…”
Todo esto tan interesante lo dice Landero. Y no he hablado de los personajes, impresionantes por lo que son o fueron y representaron o representan: Su padre, su madre, su hermana…
José María Fernández