Romance del prisionero
Los cantares de gesta se transformaron en el siglo XV en un género, el de los romances, que obtuvo un éxito arrollador. Son los primeros romances, por lo tanto, fragmentos aislados que la memoria popular salvó del olvido cuando dejaron de cantarse las antiguas gestas. Su métrica, versos octosílabos, con asonancia en los pares, derivan directamente del verso épico asonantado de dieciséis sílabas. Los hay históricos, de tema francés (carolingios y bretones), novelescos, líricos y de sucesos contemporáneos como los de tema fronterizo.
De uno de los romances líricos, el del prisionero, me acordé hace unos días cuando, con un intervalo de tiempo breve, oí a un padre que decía a su hijo: “que ya te lo he dicho mil veces…”; y a otro: “y que ya sabes cómo pienso del asunto…”
Los padres con el “que ya te lo he dicho…” “y que ya sabes…” dejaban bien a las claras que el asunto ya lo habían tratado reiteradamente; que era, lo que estaban hablando, un fragmento de conversaciones anteriores. Exactamente lo que sucede en el Romance del prisionero, que es un fragmento de un conjunto mayor, que es un tema que viene de atrás y que es muy importante y que el lector u oyente del romance le tiene que prestar atención porque no es algo baladí.
Este es el romance:
Que por mayo era, por mayo,
cuando los grandes calores,
cuando los enamorados
van a servir a sus amores,
sino yo, triste, mezquino,
que yago en estas prisiones,
que ni sé cuándo es de día
ni menos cuándo es de noche,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor;
matómela un ballestero:
¡Dele Dios mal galardón!
Aparte del hallazgo inicial que ya hemos comentado, el romance es de una gran frescura de sentimiento debido a dos asuntos: la falta de libertad puesta de relieve por el contraste entre la época en la que los enamorados van a servir al amor y él, que está triste, en prisión; y el que al ave que le cantaba por las mañanas se la mató un desgraciado ballestero. Y, sin embargo, y como castigo, solo pide para dicho ballestero que le dé Dios mal galardón. Fino, elegante, lírico.
José María Fernández
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