Y que la negra muerte te quite lo bailado
Fray Antonio de Guevara, 1481-1545, escribió un magnífico libro en que se dan cita variados tópicos renacentistas, particularmente el de la búsqueda del camino secreto de la felicidad mediante el apartamiento de las intrigas cortesanas. Se trata de «Menosprecio de corte y alabanza de aldea«, libro que por el uso de un lenguaje lleno de latinismos sintácticos y con abundantes figuras retóricas es considerado un precedente del conceptismo barroco. Aúna, por lo tanto, un evidente interés por el contenido y otro, no menor, por la forma.
En el libro, el filósofo Aristarco, al comienzo del capítulo II, decía que uno no sabe con certeza absoluta qué es lo que más nos conviene en esta vida, qué es a lo que debemos optar o qué debemos evitar y que, en consecuencia, lo más prudente es aprovechar el tiempo, nuestro tiempo en el mundo, que es muy limitado.
El consejo es muy renacentista, pero, no por ello, menos sabio. Es el clásico “carpe diem”, es el “coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo helado marchite…”. Es el más reciente “Collige, virgo, rosas” de «Por fuertes y Fronteras» de Luis Alberto de Cuenca:
Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlete los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.
Es una invitación a vivir bien, lo mejor que podamos y un rechazo de todo aquello que hace que el mundo a veces sea odioso, incluido el mundo que distorsionan algunos que machacan a la inmensa mayoría de los ciudadanos con tal de mantenerse ellos, digamos por caso, en el poder, en las riquezas y en el boato faraónico. De ahí la invitación, indirecta si se quiere, para que el pueblo se deshaga de gentes pagadas de sí mismas y de los moralistas que solo ven en el mundo un valle de lágrimas. Unos y otros son, en el fondo, un lastre y un freno a los pequeños y grandes placeres de la vida: la lectura de un libro, la conversación amena y exacta con los demás y que podemos aprender en Smarttexts, el café de por la mañana, la caricia, el beso y todo aquello que hace que el hombre sea más hombre, más solidario, más libre y más feliz.
Tomen nota porque el Renacimiento fue la época en la que el hombre era el centro del universo y en la que todo tenía una dimensión humana. Tomen nota porque no habría que perder de vista el Renacimiento ni, por supuesto, lo que Aristarco y Luis Alberto de Cuenca recomiendan. Porque mejor nos iría.
(De José María Fernández)
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