Mujeres llamadas y pagadas para llorar
Las plañideras eran mujeres a las que se pagaba por llorar en los funerales, su oficio consistía en acompañar la procesión del cadáver llorando y mostrando públicamente el dolor de la familia.
El oficio de plañidera se inicia en el antiguo Egipto y llega hasta nuestros casi hasta nuestros días y decimos “casi” porque en España fue prohi
bido por la iglesia. Algunas plañideras solo lloraban y rezaban por el muerto, otras cantaban o recitaban panegíricos, algunas se arrancaban cabellos y hasta se golpeaban.
Este oficio a mí siempre me ha parecido de lo más vil porque tenían que simular un dolor y además hacerlo porque les pagaban para ello. Cruel e hipócrita, creo yo. Aquí queda, de momento.
José Martí, en Cuba, es el más grande, es el libertador, es su poeta emblemático. Es, probablemente, su figura más señera. No me resisto a ofrecerles unas líneas, solo unas pocas, de las que le dedica Luis Alberto Sánchez en Escritores representativos de América: “Nació de modesto hogar español en La Habana el año de 1853. Cuando le cayó encima la policía ibérica, Martí expresó
su protesta de adolescente; a los dieciséis años fue a parar a un tribunal militar; por ser menor de edad, librado de la muerte, cayó en presidio para trabajos forzados. Cumplió los dieciocho años en Madrid, como proscrito cubano.” Y así y en este plan sigue su azarosa biografía de poeta libertador de Cuba. Me he enterado estos días de que sus restos descansan en Santiago y de que ahora tiene al lado las cenizas de. Martí, al parecer, escribió un lírico epitafio para un amigo, epitafio que sin duda habría podido ser, con justicia y rigor, el suyo propio: “Cuando partió, tenía limpias las alas”. Dudo que lo pueda compartir con Fidel. Aquí queda, también de momento.
El 24 de septiembre de 1956, Franco (el Caudillo) fue a mi pueblo, a Mora de Luna (León). Él y su mujer, Carmen Polo, acudieron allí para inaugurar el embalse de Los Barrios de Luna y la Central hidroeléctrica de Mora. Mi hermano Carlos cuenta en su libro, Mora de Luna, que “durante unos quince días el pueblo (los pueblos) se animaron con la presencia de hombres trajeados. Yo no sé (dice) que hiciesen nada, pero creo como cierto que se llevaron a la cárcel a quienes figuraban como rojos. La gente decía que eran de la “secreta”. Sería verdad.” Franco pasó por Mora camino de Los Barrios a eso de las 11 y regresó más tarde a la hora de comer a La Central en la que un restaurante de León servía la comida. Recuerdo, aunque era niño, que toda la gente del pueblo estábamos pendientes de verlo, que todos aplaudíamos a rabiar, que todos creíamos merecer una sonrisa, una mirada suya, la del hombre que dirigía con tino y acierto España. Y así y en este plan.
Se murió Fidel Castro. De La Habana a Santiago de Cuba, según los que lo contaban en televisión, hay 900 quilómetros. El cadáver del guerrillero, hecho ceniza, recorre esos 900 quilómetros porque así el pueblo de Cuba tenía la oportunidad de llorarle, aplaudirle y rendirle pleitesía durante el viaje. Algo, por cierto, que guarda, creo, algunas similitudes con lo de Franco que he contado y es que Franco, dicen, era un dictador y responsable de muchos miles de muertes y Castro, dicen, fue un tirano y responsable de muchos miles de muertes de opositores cubanos y del éxodo de un par de millones de compatriotas suyos que tuvieron que irse al exilio por el miedo a la cárcel y por la falta de libertades en Cuba. A Franco en el viaje a Mora de Luna le jaleaba y lanzaba vítores el pueblo. A Castro hecho cenizas, a lo largo del viaje a Santiago de Cuba le lloraban, le aclamaban y le echaban los mejores piropos. El pueblo es así. A Franco y a Castro, a lo largo de sus viajes, las modernas plañideras, la versión moderna de las plañideras, la de los asalariados, la de los pagados para cantar sus excelencias, es decir, la de muchos periodistas y la de otros tantos políticos de su cuerda, de la de Franco y de la de Fidel, se deshacían en elogios de sus figuras y de su dimensión como gobernantes y como conductores de sus pueblos. Historias casi truculentas, pero historias.
No sé qué tiene que ver Fidel (o sus cenizas) reposando al lado de las de José Martí. Sí sé que Martí en sus Versos sencillos dijo:
Yo sé que el necio se entierra
con gran lujo y gran llanto,
y no hay fruta en la tierra
como la del campo santo.
José María Fernández
1 Comentario
Dejar tu Respuesta.