Una soledad demasiado ruidosa
He visitado muchas librerías a lo largo de mi vida, pero no me había pasado algo como lo que contaré nunca. Fui con Fernando a una librería de Madrid que él frecuenta mucho. Mirábamos libros. Hacíamos comentarios para nosotros. Él había cogido cuatro que le interesaban, yo dos y cuando íbamos a pagar el encargado de la librería (que debía estar atento a nuestros comentarios) nos regaló un ejemplar para cada uno de Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal. No sé por qué lo hizo pero cuando vaya de nuevo a la librería me sentiré muy bien en ella, como si fuera alguien importante. Acabo de leer el libro y voy a ocuparme de él. Es un libro peculiar; muy difícil, me temo, para muchas personas y muy interesante para unas cuantas. Lo mejor no suele ser lo más conocido, lo más aplaudido ni lo más sobado por el público. El lector de Una soledad demasiado ruidosa frecuentemente busca el simbolismo, el significado de lo que está leyendo porque se pierde, es decir, no sabe bien el alcance de lo leído, o la intención, pero tiene la sensación de que el autor está diciendo más, mucho más, de lo que el lector capta y para sacarle jugo lee una y otra vez el párrafo que el editor puso en la contraportada. Lo hace porque en él se explica que lo que se cuenta en el libro es la historia de un hombre “dejado” al margen de la sociedad. Pero este hombre es perspicaz y contempla con extraordinaria lucidez su propia vida y describe, señala y denuncia a todos los que como él se plantean y desafían el sentido del tiempo que les ha tocado vivir. Tiempo de soledad. Tiempo de destrucción. Tiempo en el que jóvenes obreros, sin quererlo, arrumban a los de la generación anterior. Tiempo en el que los nuevos métodos de trabajo convierten en una antigualla, entre otros, al obrero protagonista de esta historia. El capítulo 6 del libro me parece extraordinario. Es un capítulo que resume gran parte de la filosofía profunda, del mensaje del libro. El tiempo cambia las cosas o las cosas cambian con el tiempo aunque no sabemos si para mejor. Y es que en el capítulo 6 aparecen “jóvenes obreros, chicos y chicas vestidos de modo radicalmente distinto al mío y al de los demás prensadores que conocía: llevaban guantes de color naranja y celeste, gorros americanos amarillos con visera…” Y es que uno, cuando tiene unos años no sabe si uno da en el clavo o piensa como si fuera de otro tiempo, de otra tribu, de otro planeta. Aporías. Y si no me diera vergüenza hacerlo ahora reproduciría íntegras las páginas 15 y 16 del primer capítulo del libro porque en ellas se habla de la destrucción de libros, de la insensatez humana de destruir los libros que ha creado y que contienen historias y sabiduría que podría ser útil a los que nos sucedan. Pero como me da vergüenza, lean las páginas dichas y júzguenlas perfectamente verosímiles porque yo les doy mi palabra de que conozco un caso en el que por política, por idiotez mental o por lo que fuese, se destruyó una magnífica biblioteca para aprovechar el local para hacer en él una sala de musculación. Musculados saldremos. Pero con inteligencia lo dudo y capaces de leer Una soledad demasiado ruidosa, me extrañaría. (El texto del libro no tiene puntos y aparte y esta reseña tampoco)
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