El hombre sin cultura
“El sátiro sordo” es el título de un cuento “griego” de la serie de los que forman parte de Azul, libro de Rubén Darío, publicado en 1888. Reproduje un fragmento en mi libro Lecturas con aditamento porque con Azul se puede decir que se abandona el arte utilitario de la novela realista y se cultiva el arte por el arte y porque es la puerta de la presencia de las vanguardias en la literatura. Y porque es jugoso, conceptualmente jugoso como veremos.
Comienza así el cuento:
“Habitaba cerca del Olimpo un sátiro, y era el viejo rey de la selva. Los dioses le habían dicho: “Goza, el bosque es tuyo; sé un feliz bribón, persigue ninfas y suena tu flauta.”– El sátiro se divertía.
Un día que el padre Apolo estaba tañendo la divina lira, el sátiro salió de sus dominios y fue osado a subir el sacro monte y sorprender al dios crinando. Éste le castigó, tornándole sordo como una roca. En balde, de las espesuras de la selva llena de pájaros, se derramaban los trinos y emergían los arrullos. El sátiro no oía nada. Filomela llegaba a cantarle, sobre su cabeza enmarañada y coronada de pámpanos, canciones que hacían detenerse los arroyos y enrojecerse las rosas pálidas. Él permanecía impasible, o lanzaba sus carcajadas salvajes, y saltaba lascivo y alegre, cuando percibía por el ramaje lleno de brechas alguna cadera blanca y rotunda acariciaba el sol con su luz rubia.”
El comienzo del cuento (o ya desde el comienzo) es altamente aleccionador porque, por una parte, Apolo, el padre Apolo, porque tenía poder para hacerlo, castiga al sátiro y lo deja sordo. El sátiro no fue muy respetuoso, pero no creo que mereciera semejante castigo. Lo que en cualquier caso queda claro es que quien tiene poder puede ir por la vida ejerciéndolo, aunque sea injusta y despóticamente. Ojo por lo tanto.
Por otra parte (y esta es la segunda reflexión que quiero hacer) el sátiro, una vez que se tornó sordo, pasaba por la vida impasible, como autómata o como animal salvaje. Y aquí viene lo nuestro, lo del hombre que no lee, que no cultiva su espíritu, que no aprecia el arte, que está en el mundo como si hubiera caído de un meteorito porque no conoce la historia, la cultura, la lengua y las costumbres de su pueblo y de los pueblos es un perfecto remedo del “sátiro sordo”. Triste, ¿verdad? Pues, entre otras cosas, para que no haya en el mundo sátiros sordos hemos creado SmartText. Vamos, por lo tanto, con la aplicación a tañer “la divina lira” del lenguaje.
José María Fernández
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