Cervantes carga con la culpa de un asesinato que no cometió
Juan Eslava Galán obtuvo el Premio Primavera de novela 2015 con la titulada Misterioso asesinato en casa de Cervantes.
Eslava Galán tiene una interesante trayectoria como ensayista y como novelista. De los ensayos cito un solo título, el de Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, 2005 y lo hago porque con él su autor da sobradas muestras de independencia de criterio, de no sometimiento al poder o a la ideología dominante. Y no es fácil en los tiempos que corren. Y de entres sus novelas cito En busca del unicornio, Premio Planeta, 1987; El comedido hidalgo, Premio Ateneo de Sevilla, 1991 y Señorita, Premio de Novela Fernando Lara, 1998.
Conozco a Juan Eslava Galán porque asistió como invitado en más de una ocasión a los Encuentros de Escritores que durante años organicé en la Universidad y es un hombre culto, ingenioso, divertido, de conversación amena y en sus libros de pluma exquisita. Si tuviera que destacar algo en su escritura me centraría en la riqueza del vocabulario que maneja, en la adecuación del mismo a las circunstancias, a los personajes y a la época en la que sus personajes viven y la rapidez narrativa y el ingenio para resolver los conflictos de la narración.
El libro que nos ocupa está magníficamente explicado en la contraportada de la edición de Espasa: A las puertas de la casa de Cervantes apareció, apuñalado, el cadáver de hidalgo Gaspar de Ezpeleta. Una vecina beata acusa a Cervantes y a sus hermanas de ser los autores y acaban encarcelados, pero la duquesa de Arjona, admiradora de Cervantes, contrata a una persona para esclarecer la verdad. Con esta trama Eslava Galán traza un abigarrado retablo de la España del Siglo de Oro: país agotado por las guerras, exprimido por gentes ociosas, por nobles y clérigos, lleno de prejuicios y con incontables mendigos, tullidos, pícaros, veteranos de guerras, busconas y gentes con pocos escrúpulos. Todo ello contado en una magnífica prosa y con una riqueza de vocabulario que hace que uno quede sobrecogido al leer.
Dos muestras:
La primera es del comienzo del capítulo 3. A mí me parece genial: “Pasada la hora nona, cuando los galanes acechan a las novicias detrás de las tupidas rejas de los oratorios y los mosquitos acuden a las luminarias encendidas en las esquinas, Dieguillo acompañó a don Teodoro a la taberna de la Manchega y en llegando al Campo Viejo se la señaló […]”.
La segunda es la de los disparatados tacos e improperios que suelta Chiquiznaque en el capítulo 19 cuando el tabernero tarda en atenderlos: “¡Por la soga de Judas y la perdición del bujarrón don Opas!, a ver dónde, ¡por siete santos!, se mete el puto mesonero, ¡por los cojones de satanás que el arcángel cercena!, ¿dónde se mete el mesonero al que San Dios confunda?, que no soy hombre de sufrir que una sabandija me haga esperar por lo que de mi dinero pago.”
El libro es, por lo tanto, interesantísimo y de él se puede sacar mucho provecho para el perfeccionamiento del español y para el conocimiento de nuestra España y de sus hombres: grandezas y miserias.
José María Fernández
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