La muerte sigue, la vida no sé.
Con este título me estoy refiriendo a También esto pasará, novela de Milena Busquets, novela de éxito (y merecido) porque, según se cuenta, en Frankfurt despertó tal interés que se vendieron los derechos de edición a 28 países.
Pero yo hoy no voy a hablar de la novela, del contenido en general, de las ideas en las que se sustenta sino de un aspecto del que tangencialmente se habla en la página 147 (de la edición del Círculo de Lectores). El que escribe se puede tomar estas libertades.
De la historia narrada en el libro sólo diré que trata de cómo y qué pasó por la cabeza de la autora tanto cuando su madre estaba moribunda como cuando se murió, de cómo cada persona enfocamos nuestra vida, de los amigos y amores y necesidades que experimentamos, de qué hechos nos marcan y de cómo nos ennoblecen o nos ensucian, de los anhelos y las frustraciones, de cómo nos miran algunos y cómo les miramos nosotros, de nuestros deseos, pasiones, de lo que contamos y ocultamos, de lo que nos cuentan los demás y lo que nos ocultan, de la verdadera historia de cada uno y de la fingida, de nuestra filosofía para andar por el mundo, de las reflexiones e ideas que nos vienen a la cabeza y de algunas alegrías y frecuentes zozobras de la vida. Y todo ello dicho con buena prosa, con parentesco, por cierto, con el monólogo interior y el fluir de conciencia.
Y ya está porque lo de la página 147 se sale del guion anterior. Refiriéndose a los niños de antes y de ahora dice:
“Las buenas notas eran recibidas como una obviedad, las malas, con cierto fastidio, pero sin grandes broncas ni castigos. Ahora tengo la casa forrada con los dibujos de mi hijo pequeño y escucho al mayor tocar el piano con la misma reverencia que si fuese Bach resucitado. A veces me pregunto qué ocurrirá cuando esta nueva generación de niños cuyas madres consideran la maternidad una religión –mujeres que dan de mamar a sus hijos hasta que tienen cinco años y entonces alternan el pecho con los espaguetis, mujeres cuyo interés y preocupación y razón de ser son los niños, que educan a sus hijos como si fuesen a reinar sobre un imperio, que inundan las redes sociales de fotos de sus retoños, no sólo de cumpleaños o viajes sino de sus hijos en el váter o sentados en un orinal (no hay amor más impúdico que el amor maternal contemporáneo)- crezcan y se conviertan en seres humanos tan deficientes, contradictorios e infelices como nosotros, tal vez más incluso, no creo que nadie pueda salir indemne de que le fotografíen cagando.”
Bien dicho, ¿verdad? Y verdades como puños porque uno piensa a veces que tanto imberbe de la cultura como los que se topa uno a diario es fruto de esta educación. Y uno piensa que así nos luce el pelo como pelo colectivo y que así vamos remando absurdamente en política y en compromiso con los demás. “Estamos tocando fondo” decía el célebre poema del no menos célebre poeta.
Y díganme a ver si estas y otras reflexiones que me he guardado no sirven para perfeccionar el español y para que nosotros mismos nos conozcamos mejor.
José María Fernandez