Cuecen habas.
Leí con atención y placer, porque está bien escrito y porque me interesó el tema y el desarrollo del mismo, el libro de Arturo Pérez-Reverte, Hombres buenos, pero, tras su lectura, estuve muchos días diciéndome a mí mismo aquello de que “en todas partes cuecen habas” y preguntándome a ver cómo habría que hacer para que en mi casa (en mi país) no las cuezan “a calderadas” y no encuentro la respuesta y estoy a punto de darme de baja, pero no sé de qué, si de español, si de europeo, si de ciudadano del mundo, o si de este viaje.
Comulgo con Pérez-Reverte cuando dice, p. 96, de los españoles que les definen la “apatía y resignación, las ganas de no complicarse la vida… A los españoles nos resulta cómodo ser menores de edad. Términos como tolerancia, razón, ciencia, naturaleza, nos perturban la siesta. Es vergonzoso que, como si fuéramos caribes o negros, seamos los últimos en recibir las noticias y las luces públicas que ya están esparcidas por Europa.” Y más adelante, p. 117, uno de los académicos protagonista del libro asegura que antes de que acabe el siglo verá “abandonadas las sutilezas peripatéticas y teológicas” “y en vez de tanta misa diaria, teatro calderoniano, toros, castañuelas, majeza y vocerío tendremos observatorios astronómicos, gabinetes de física, jardines botánicos y museos de historia natural…”
Y vuelvo a pensar en las palabras de Pérez-Reverte, las de que “a los españoles nos resulta cómodo ser menores de edad” y repito que me entran ganas de dimitir como español, pero a continuación me acuerdo de lo que se lee en la p. 197 sobre cómo transcurre la jornada de las damas francesas y ya me planteo de dimitir hasta de ciudadano del mundo porque las dichas damas francesas – y son un símbolo- pasan “doce horas en la cama, cuatro en el tocador, cinco en visitas y tres de paseo, o en el teatro. En aquella calle y las cercanas, donde reina un monde y sus sacerdotisas, la invención de un nuevo peinado, de un sorbete, de un perfume, se tiene por prueba matemática del progreso del entendimiento humano.”
En resumen: que en España cuecen habas, que en Francia cuecen habas, que en todas partes cuecen habas porque, p. 512, “el ser humano es bestia torpe a la que no mueven los buenos sentimientos, sino el látigo” y porque “no hay escuela posible si no se levanta antes, en el mismo solar, un buen cadalso”.
Y no sé. Y estoy preocupado porque en la novela, p. 513, se afirma que “esa atonía española no es de las que se corrigen con métodos civilizados. Hace falta fuego para cauterizar la gangrena que le pudre.”
Usted mismo. SmartText ayuda.
José María Fernández
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