Hilvanando asuntos sobre el idioma, 1.
El asunto más básico o más esencial sobre la ortografía se refiere a la escritura de los sonidos mediante letras. Para llevar a cabo este cometido, en los idiomas, ha habido dos tendencias secularmente contrapuestas:
1.-La tendencia etimologista, que consiste en la defensa y conservación de las grafías de la lengua materna, es decir, esencialmente las del latín en el caso del español.
2.-La tendencia fonética, o lo que es lo mismo, la adecuación del alfabeto a la serie de los fonemas del idioma. Según los planteamientos de esta tendencia habría que prescindir de las letras que no se pronuncian, como la (h), habría que evitar que un sonido pueda ser representado por más de una grafía como es el caso de (c, k, qu) y también que una letra sirva para más de un sonido como sucede con (g, c).
En el caso de la ortografía española existe un importante componente etimológico, pero a la vez, y por paradógico que parezca a primera vista, hay una simplificación y una tendencia fonética importante, sobre todo debido a que el sistema vocálico es muy simple y con cinco vocales y cinco letras.
Sobre estas tendencias, como en un superestrato, actúan los extranjerismos y su asimilación o implantación en el idioma que en el caso del español se hace procurando evitar la combinación de letras extrañas al sistema español y aplicando estrictamente las normas de acentuación gráfica de nuestro idioma, así se escribirá géiser y no geyser, Hanói y no Hanoi, yacusi y no jacuzzi.
Dicho queda, breve y sucintamente. Y ahora un asunto práctico. En la novela Hombres buenos de Arturo Pérez-Reverte acabo de leer, págs. 89 y 90 que los recorridos o distancia figuraban “en leguas –cinco kilómetros y medio, lo que solía recorrerse en una hora- entre una posta y la siguiente, de manera que un viajero recorría en una jornada entre seis y diez leguas.” El asunto me llamó la atención porque en la carretera de mi pueblo, cerca de Los Barrios de Luna, en el kilómetro 10, había un hito o mojón mayor que los demás y mi padre decía que era el leguario con lo que yo siempre pensé que una legua equivalía a diez quilómetros. Para deshacer el entuerto acudí al Diccionario de la Lengua y en él se dice que la legua es “una medida itineraria, variable según los países o regiones, definida por el camino que regularmente se anda en una hora, y que en el antiguo sistema español equivale a 5572,7 m.” Y que el “leguario es lo relativo a la legua. Poste leguario”.
Comenté mis pesquisas con mi hermano y llegamos a la conclusión de que la administración, en su día, aprovechó la piedra de un antiguo leguario para el hito kilométrico y que el pueblo en el que incluimos a mi padre, siguió con la cantinela del leguario y de ahí mi confusión. Gracias, por lo tanto a la novela de Pérez-Reverte que me sacó de un error. Y porque aprendí algo sobre nuestro idioma.
José María Fernández