Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.
La tercera generación del siglo XX, la nacida después de la primera guerra europea, es conocida normalmente por el nombre de generación “del 27”. Es una generación que destacó sobre todo por el cultivo de la lírica y de entre los nombres de la misma probablemente el más conocido, por lo menos internacionalmente, es Federico García Lorca, tanto es así que cuando estaba en activo como profesor y acudí a dar cursos a las universidades de Colima y Guanajuato (México), los alumnos me reclamaron insistentemente que explicara y comentara algún poema de Lorca. Lo hice, por supuesto; y con mucho gusto. Lorca es, sin duda, nuestro poeta contemporáneo más conocido.
Cuando Enric Pujol se reunió conmigo para repartirnos los textos que íbamos a grabar para editar nuestra aplicación Smarttexts me preguntó de inmediato a ver si había algo de Lorca y me pidió que lo que hubiera se lo dejara grabar a él porque, de joven, me dijo, había dado recitales de poesía y uno de los poetas de su repertorio era Federico García Lorca.
No voy a citar sus libros de poesía ni a señalar minuciosamente los rasgos poéticos que caracterizan su obra, pero no me resisto a comentar que en las obras más tempranas se advierte una influencia de Juan Ramón Jiménez y que en las siguientes (Romancero Gitano, 1928; Poema del cante jondo, 1931; Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, 1935) es sobre todo el uso de metáforas brillantes y nuevas y la presencia de lo folklórico y tradicional con una aire nuevo lo que predomina.
Hemos seleccionado para nuestros lectores el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías porque añade a los rasgos de su poesía ya señalados el de una enorme fuerza dramática. Y del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías traemos aquí las dos últimas estrofas del primer poema que aparece en el libro, el titulado “La cogida y la muerte”. Son estas:
«Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde
A las cinco de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!»
No me paro a explicar sus brillantes metáforas porque el lector las descubre y las saborea sin duda con deleite, pero quiero llamar la atención del dramatismo que se halla en el poema sobre todo por la repetición obsesiva, por lo fatídica, de las cinco de la tarde, hora de la muerte del torero, su amigo. Las cinco de la tarde añade, además, la dimensión temporal que es irremediablemente la dimensión en la que nos movemos y morimos los hombres.
José María Fernández