Destellos del agua.
La última novela, cuando escribo, de Julio Llamazares se titula Distintas formas de mirar el agua. El título me parece poético, pensado y acertado, pero no por lo que en la novela dice “Agustín” de la sugerencia o mandato de su padre: “Yo miro el agua siempre como él me dijo: con respeto y emoción, pues se lo debo a mis antepasados. Por eso me duele ver a gente tirar cosas a ella o derrocharla, como le dolía a él, que se enfadaba con quien lo hacía.” El acierto del título se debe a que, con la disculpa del agua del pantano del Porma (León), Llamazares traza una red minuciosa de pensamientos, sentimientos, relaciones familiares, intereses coincidentes y contrapuestos, rencillas de familia, formas de comportarse en la vida y circunstancias de tiempo y lugar que hacen que las personas seamos distintas a como podríamos haber sido de haber tenido otra familia, de haber vivido en otro tiempo, o de no haber pesado sobre uno una decisión administrativa, en este caso la de construir un pantano en el pueblo en el que siempre habían vivido padres, abuelos…
En la solapa del libro está escrito que J. Ernesto Ayala-Dip valoró así el libro: “Esta hermosa y conmovedora novela es una elegía a las lágrimas de la humanidad”. Cierto. Y Llamazares lo corrobora cuando dice, por ejemplo, en las páginas 28 y 29: “La imagen de mi padre cerrando con la llave nuestra casa de Ferreras y guardándola en el bolsillo cuando terminamos de cargarlo todo (como si no supiera que en poco tiempo el agua iba a sepultarla) me volvió a la memoria cuando leí que algunos judíos españoles, cuando tuvieron que irse al exilio, conservaron durante generaciones las llaves de sus casas en España por si algún día les permitían volver.” El hombre se aferra a los asideros, a los pocos asideros que tiene en esta vida: A la tierra que le vio nacer, a su familia, al paisaje de su infancia, a sus afectos y a lo que ha conseguido con su esfuerzo. Hace años, de visita en Estambul, me regalaron un periódico escrito, teóricamente, en el español que hablaban los judíos cuando fueron expulsados de España. Conservaban la lengua porque añoraban la tierra de la que tuvieron que salir y abrigaban la esperanza de volver a ella.
Como Decía León Felipe yo “fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada” y no lo recuerdo porque lo cubrieron las aguas del pantano de Barrios de Luna (León) y desde entonces no he echado el ancla. Miren si sé y si me toca este asunto.
Nací en Miñera de Luna (León). Mi madre fue maestra en Miñera y allí, repito, nací yo.
Mi hermano Carlos, en un libro suyo que titula El libro de Mora de Luna o retablo de recuerdos que tengo por ciertos, hechos históricos y sucedidos que me han sido o son cercanos; todo ello aderezado con cierta nostalgia y bastante desorden en relación con Mora, el ayuntamiento de Los Barrios y la comarca de Luna en León me refresca la memoria recordándome que los pueblos que desaparecieron bajo las aguas fueron: Santa Eulalia, Arévalo, Miñera, La Venta de la Canela, Ventas de mallo, San Pedro, Oblanca y su barrio Casasola, Cosera, Campo de Luna, Láncara y Lagüelles. Y añade: “En Miñera vivieron mis padres. Allí nació Jose.” Y comenta: “Cuando expropiaron las casas para construir el pantano, mi padre compró una casa en Miñera y de allí trajo piedra labrada y maderas para la casa que hizo en Mora. Lo trajo en el camión de Adolfo el de La Magdalena hacia 1951. Un Chevrolet de antes de la guerra.”
Miren si sé de esto. Y juzguen lo que me ha gustado el libro de Llamazares. Mucho. No se lo pierdan.
P.D. Procuraré llevar el tema a una próxima actualización de la App Smarttext.
José María Fernández
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