Ser en la vida romero.
León Felipe nació el 11 de abril de 1884 en Tábara (Zamora) y murió en el exilio, en México, el 18 de septiembre de 1968. Hoy, en el bosque de Chapultepec (México) hay una preciosa estatua de bronce erigida en su honor y para que sirva de recuerdo de su persona.
El poeta León Felipe habla en sus poesías de la justicia, del llanto porque las lágrimas son necesarias para ganar la luz que redime al mundo, de Dios, del poeta y los poetas, de las dignidades eclesiásticas, del viento, del hombre porque quiere saber cómo es el hombre, de dónde viene y adónde va, de las circunstancias históricas, de don Quijote porque el poeta y don Quijote coinciden en que hay que transformar al mundo. Del caballo de don Quijote, Rocinante, dice:
No tuviste una infancia brillante. / No fuiste un potro prodigio, / no llegaste más que a un penco prodigio. / Así me pasó a mí también: / Fui… soy… no soy más que un viejo / pobre poeta prodigio.
De su libro Versos y oraciones de caminante, que en realidad son dos libros distintos, uno de 1920 y otro de 1929, personas allegadas me piden con frecuencia que recite el poema “Autorretrato” y Raúl, uno de los realizadores de Smartexts, me recrimina que no incluyera en la aplicación el que comienza con el verso que dice “Ser en la vida romero” porque le parece precioso, de una profunda filosofía de la vida y porque sobre todo los últimos nueve versos son un canto al cosmopolitismo. Para todos ellos va, por lo tanto, en este blog de smarttextapp.com el poema «Ser en la vida Romero»
«Ser en la vida romero,
romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero… sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el Rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.
José María Fernández
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