Apunte para el centenario de la muerte de Cervantes.
Uno de los primeros consejos que dio don Quijote a Sancho, capítulo XLII de la segunda parte del Quijote, es el que sigue:
“Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y abuelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.”
El asunto, traducido a nuestro lenguaje y a nuestro mundo, el del siglo XXI, significa que las personas que son “hijos de” y se amuerman y duermen en la molicie no merecen una alta consideración como personas y en cambio quienes a pesar de orígenes humildes, o normales, se esfuerzan, se cultivan, hacen una carrera, ejercen con dignidad una profesión o un oficio y aportan ciencia y progreso a la humanidad son dignos de elogio. El “hijo de”, el amuermado, no inventa, por ejemplo, la penicilina que tanto ha ayudado a vencer las enfermedades, ni diseña una obra de ingeniería que trae bienestar y hace más confortable nuestra vida.
En el capítulo siguiente don Quijote le recomienda a Sancho:
“No has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.” Y Sancho se escusa porque, le dice: “Sé más refranes que un libro, y viénense tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero le lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo.”
Uno y otro, don Quijote y Sancho dan en el clavo, el primero con lo de que los refranes son sentencias breves y el segundo con lo de que al hablar suelta el primer refrán que se le ocurre venga al caso o no. Don Quijote con su reflexión sobre los refranes apunta a la naturaleza de los mismos, es decir, a que representan un lenguaje que podríamos calificar de previo al pensamiento elaborado, o lo que es lo mismo a un discurso elemental o primario, o propio de gentes con poca instrucción o que sólo manejan los rudimentos del lenguaje. Sancho, por su parte, sin quererlo, corrobora lo anterior porque “suelta el primer refrán que se le ocurre, venga al caso o no” y eso significa que su discurso no es riguroso, mejor dicho, que su discurso es casi automático y verbalista; que le da igual, como se dice, ocho que ochenta.
La versión moderna de los refranes de Sancho son los eslóganes, normal y frecuentemente utilizados por los políticos y los clichés y muletillas con que salpican la conversación los vecinos de la sala de musculación o de la mesa de al lado en el bar.
Tomen nota de la sabiduría que encierra el Quijote, pero también de la ramplonería de algunos de los aludidos aquí. Tomen nota porque en el mundo, en nuestro mundo, hay que ir despiertos, muy despiertos. Lo otro es de necios.
José María Fernández
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