Gentes de España en la literatura.
Declaro paladinamente para evitar malos entendidos que no creo que existan estereotipos de personas ni de gentes de una u otra región. Y menos de estereotipos inamovibles, pero sí creo que hay unos comportamientos característicos y unas formas de ser y unas maneras de actuar que identificamos como típicos de lugares y países. Es casi tópico decir que los suizos son metódicos y organizados y que los españoles son anárquicos, trasnochadores y poco o nada amigos de las normas que les constriñen. Somos peculiares respecto a los europeos e incluso respecto al mundo entero. Pocos pueden decir a un amigo, como un elogio: ¡Pero qué cabrón eres! o ¡Qué hijo de puta, qué bien vives! Y así y en este orden de cosas.
Autores señeros de la literatura española han dejado claro lo del peculiar ser y sentir de los españoles, así Miguel Hernández (nada sospechoso de ñoñería), en 1937, en el poema “Vientos del pueblo me llevan” escribía:
No soy de un pueblo de bueyes
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca mandaron los bueyes
en los páramos de España. (…)
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpago,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Queda claro. Queda claro cómo somos: iguales y distintos. Españoles de aquí y de allí, pero españoles con personalidad de españoles. Y no gloso o explico el poema porque me da vergüenza, porque si lo hago estaría tratando a los lectores como incultos. Pero lean diez veces el poema y concluyan que somos como somos. Españoles.
En el tomo II, junio de 1937, de la revista “Hora de España”, sin duda la mejor revista (literaria) que se publicó durante la guerra civil, León Felipe (nada sospechoso de ñoño) escribió el ensayo titulado “Universalidad y exaltación” en el que habla de los caracteres de la literatura y las literaturas, caracteres que yo digo que son reflejo de la manera de ser, de sentir, de pensar y de vivir de los que escriben la literatura. Y ahora traigo lo que dice León Felipe y lo hago mediante una larga cita porque la necesito para dejar claro lo que ya verán que quiero que quede claro:
“Se ha dicho que el castellano no es imaginativo. Por lo menos, el mecanismo de su imaginación es distinto del céltico. En Castilla no hay nieblas.
(…) La luz aquí lo define todo con nitidez y exactitud en una geometría seca y rectilínea. (…) Aquí no hay brumas. Detrás de las cosas está la luz, lo mismo que delante y a los lados. Todo descansa sobre una meseta, sobre un tablero pardo y pelado, bajo una bóveda azul donde no es posible hacer juegos célticos y de prestidigitación.
Aquí no hay trampas ni trucos. La imaginación, lo mismo que la vista, no tiene en esta luz más que dos salidas, dos puertas principales. No hay puertas falsas: o se va hacia arriba o hacia adelante. O al cielo o a los horizontes: de aquí el místico y el aventurero. O las dos cosas juntas: Don Quijote.”
¿Se acuerdan cómo hace tres o cuatro años los legisladores europeos querían legislar obligando a que todos los automóviles llevaran durante el día encendidas las luces? Los legisladores europeos querían uniformar a toda Europa y no pensaron que en Castilla (España) “la luz lo define todo con nitidez”, que “aquí no hay brumas” y que la peculiaridad de Castilla es la luz y que luz artificial sobre luz natural es una aberración. Los legisladores europeos no habían leído a León Felipe y tenían brumas en sus cabezas.
No pueden los legisladores pretender que florezcan místicos y aventureros donde no los hay ni los entienden. Y don Quijote es español no por casualidad. Don Quijote solo hay uno y por más que se empeñen los legisladores no es ni puede ser una figura de todos y cada uno de los países europeos.
Manuel Machado, desde otro planteamiento, insiste, en un poema suyo, en algunas peculiaridades consustanciales con el ser, sentir y formas de ver la vida en la tierra de Castilla. El escenario, los hombres, la luz y los oficios no son distintos de lo visto hasta aquí:
“El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
polvo, sudor y hierro el Cid cabalga.”
Una ministra del gobierno de mi país, de España, que no ha leído, seguro, a Miguel Hernández, ni a León Felipe, ni a Manuel Machado quiere hacer la machada de legislar, sinónimo de obligar, para que la jornada laboral en España acabe a las seis de la tarde como, dice, hacen en otros países. Pero la ministra no se ha enterado que aquí somos como somos, que aquí no hay brumas, que aquí hay luz, que aquí se trasnocha.
Una ministra del gobierno de mi país, de España, quiere, por ley, destruir el ser y el existir; los místicos, los guerreros, los aventureros y don Quijote. Quiere uniformar. También quisieron que Copérnico dejara de pensar lo que pensaba y que uniformara su pensamiento con el oficial de la época. Más literatura y menos uniformes o de lo contrario tendremos que ejercer de lo que siempre hemos ejercido, de descreídos y anárquicos con las leyes que nos traen sin que las podamos digerir.
José María Fernández
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